Sacábamos la cama de abajo, y comenzaba el ritual.
-que esto yo lo hago todas las noches, de veras, invoco mediante esta danza y este rezo a este dios.
Y estaba en su cama patas arriba, con las manos detras de la espalda llegando a la cola , la cabeza colorada, moviendo los pies de un lado al otro haciendo la bicileta. O bien podía ser: sus palmas juntas rezando, las rodillas pegadas al menton y su frente a la izquierda. Siempre cambiaba, de posición, de dios y de rezo. Pero él juraba que no, que así habían sido las últimas diez noches, ponele. Calculo que esa era la frecuencia con la que dormíamos juntos.
Y yo en la cama de abajo, repitiendo/imitando/copiando, en todas esas noches compartidas, el ritual de lo habitual con mi hermano.
...con alegría y orgullo...
...empiezan a levantarse en la tierra unos ladrillos que quieren llegar al cielo...
2 comentarios:
Los hermanos son lo mejor que nos dan nuestros viejos, lejos.
pufffff
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