viernes, 2 de marzo de 2007

Ahí, a la altura de las tetas, duele.


Hay un tiempo para todo, decía mi abuela.
La tristeza que no se puede encajonar, debe ser llamada en los momentos de vacío. Esto sería, cuando uno va hacia. En los colectivos, en las caminatas, cuando te levantas sóla, y también en ese instante en que decidís acostarte y el lugar de la derecha está ocupado por un muñeco de peluche. Esos son los momentos imposibles. Los que mejor no pensar y para eso están los distintos estupefacientes o yo que se. Estos mismos instantes en que el inevitble sentimiento de angustia, que uno puede reconocer ahí, arriba del esternón y en el principio del estómago, son más fáciles de digerir cuando hay gente alrededor.
-Entendés?, diría mi abuela, que tampoco era tuerta. Andate, jugá al TEG o investigá el cine arte, pero no hagas de la tristeza un éstado de ánimo memorable.
O sea, esta sensación, como otras, está hecha para que uno la pueda utilizar en el momento en que le plazca, en lugar de que se presente durante el día y lógicamente durante las noches es conveniente aprender que uno puede convivir con ella, y así darle un "uso responsable".

Y no estoy siendo una estúpida negadora, simplemente bancatela, como dicen en el barrio. Y creo que esta puede ser una estrategia. Ni buena, ni mala. Tan solo una.

Y mi abuela, que bastante clara la tenía decía.
-Mis consejos no te curan ni te matan, sólo despierta tus sentidos adormecidos por el secuestro de tu estado de ánimo.